Un año con Noah: la científica loca que revolucionó la dinámica de nuestra manada
Porque adoptar y hacerse cargo de un animal es un acto revolucionario
Todo comenzó un día cualquiera de marzo de 2024, en la cafetería del piso 11 del Fic 48, en la oficina donde trabajaba como UX Writer.
Mientras me preparaba un café con mi amiga Vicks, conversábamos sobre nuestras gatas. Ella me hablaba de Josefina, y yo le hablaba de Totoro.
Le conté que desde que conocimos a Batata, un gato callejero en Río de Janeiro, la idea de adoptar otro gato quedó rondando entre Daniel y yo.
Totoro, nuestra primera gata, se la lleva muy bien con Nara, nuestra perrita, pero nos inquietaba la idea de que se sintiera muy sola cuando salíamos.
Lo que Vicks y yo no sabíamos era que alguien más estaba escuchando nuestra conversación. El líder de producto se acercó casualmente y me contó que su hermano se iba a estudiar a España por un año y que estaba buscando un hogar definitivo para su gata.
Me mandó las fotos, que llegaron como ráfagas de destino.
Ella: una bolita de peluche, despelucada, con una cara exageradamente tierna y una expresión que parecía contener todos los misterios del universo.
Esa misma noche, al llegar a casa, le mostré las fotos a Dani, poco a poco, como quien no quiere mucho la cosa.
No intentaba imponer la idea de inmediato. En nuestra familia multiespecie ya reinaban dos “personalidades” muy marcadas: Nara, la perrita guajireña, Viralata Caramela, más enérgica y lista para la aventura; y Totoro, la queen indiscutible del hogar, una gatita pequeña, independiente y esquiva.
Dani obviamente se dio cuenta de mis intenciones y no se convenció tan rápido.
La idea de sumar a Noah nos llenaba de ilusión, pero también de dudas. Esa carita que habíamos visto en las fotos nunca había convivido con un perro, y Nara podía ser demasiado para ella. Además, no sabíamos cómo reaccionaría Totoro.
Durante dos semanas estuvimos reflexionando sobre el impacto de tener una tercera peluda en casa. Por un lado, la imagen de Totoro sola, cuando nos íbamos con Nara, nos partía el alma; por otro, sabíamos que su entorno se vería afectado, y esperábamos que de ninguna manera negativa. Teníamos que considerar el caos potencial.
Dani, finalmente, accedió a que le diéramos una oportunidad a Noah.
Acordamos que sería un periodo de prueba para ver cómo se daba la convivencia entre las peludas. Si la nueva dinámica no funcionaba, podríamos reconsiderarlo, siempre priorizando el bienestar de Nara y Totoro, quienes llevaban años siendo las dueñas de la casa y de nuestro corazón.
Pero, en mi cabeza, devolverla jamás fue una opción real. Yo ya sentía que la adaptación se iba a dar y que Noah había encontrado su hogar definitivo. Solo faltaba que el resto del mundo se pusiera al día.
El primer encuentro con Noah
Cuando fuimos a buscarla, Noah nos recibió súper equipada, como una viajera de lujo. Tenía cama, cobija, comedero, arenero, pala, juguetes muy sofisticados, su carné de vacunación al día y el guacal en el que la llevamos a casa.
También cargaba con su equipaje emocional: dejar atrás todo lo que había conocido hasta ahora.
Me dió tristeza imaginar cómo los gatos viven sus duelos.
En el trayecto le hablamos para que se familiarizara con nuestras voces. Ella ni musitó. Ahí conocimos su vibe zen: tranquila y despreocupada, interesada únicamente en lo que le depararía el futuro.
Su cuidador anterior insistía en que Noah era más pequeña que Totoro, pero al verlas juntas reconfirmamos que Tots es la gata más pequeña que hemos conocido.

Noah llegó a casa con dos años y medio. La misma edad de Totoro. Se llevan dos días de diferencia. Noah nació el 6 y Tots el 8 de agosto de 2021. De hecho, una casualidad es que las tres peludas de la casa tienen el Sol en Leo.
La apariencia popochita de Noah, su pelaje arcoíris, su carita, y su actitud determinada y curiosa, hicieron que, al instante, supiera que habíamos tomado la decisión correcta.
El proceso de adaptación: desafíos y victorias
En casa, el cuarto de los pensamientos —mi estudio— se convirtió en el espacio de adaptación oficial.
Noah pasó allí sus primeros días, explorando sus nuevos territorios. En el mismo lugar donde Totoro, hace ya tres años y medio, comenzó su camino con nosotros.
Durante las primeras semanas, Noah nos bufaba a todos: a Nara, a Totoro, incluso a Dani y a mi.
Para quien no lo sepa, un bufido no es solo un sonido entre siseo y gruñido. Es un límite. Un “hasta aquí”. Un “todavía no confío”.
La respetamos y entendimos que el mayor cambio era para ella: compañía canina y felina permanente, nuevos olores, nueva casa, nuevos humanos. La confianza no puede imponerse. Toca ganársela, construirla.
La convivencia con Nara ha sido la más desafiante. Su energía desbordante y sus ganas de jugar con ella como lo hace con Totoro, es como too much. Noah nunca había pasado tanto tiempo con un perro y mucho menos con uno que quisiera “jugar a cazarla y a comérsela”. Entendible. Todo muy abrumador.
Un año después, Noah sigue bufándole a Nara. No por miedo, sino en signo de defensa de su espacio personal, y dejando claro que no tolerará excesos. Amamos su carácter: tan tierna pero tan radical cuando de poner límites se trata.
Con Totoro, el inicio también fue difícil. Noah se demostró territorial y tomó posesión de todos los lugares que antes eran exclusivos de nuestra primera gatita: el cocoon, la casa del árbol en la oficina de Dani y la cápsula de cristal en nuestra habitación.

A pesar de esos momentos de tensión, poco a poco se han ido adaptando y encontrando su propia forma de coexistir. Y aunque Noah sigue mostrándose firme en su postura de controlar los espacios, todos aprendimos a amar locamente su personalidad única.
El proceso continúa, pero sabemos que, en el fondo, ambas se mueren de ganas por jugar juntas. A veces las vemos — o las escuchamos — persiguiéndose por la casa, sobre todo en horas crepusculares. Mientras tanto, Nara llora, frustrada porque esa dinámica escapa por completo a su control.
La “personalidad” única de Noah
Cuando Noah llegó a casa, no tenía interiorizadas muchas de las clásicas prácticas gatunas. Con nosotros conoció el Churu y el Catnip.
No estaba familiarizada con las alturas ni con los rascadores de cabuya. Totoro se convirtió en su referente felino, guiándola —sin proponérselo— a explorar su lado más trepador y curioso.
Su cuidador anterior nos contó que estaba intentando enseñarle a usar el baño humano, pero preferimos no continuar con esa práctica.
Noah es una gatita demasiado única. Sus bigototes largotototes, sus pelitos despeinados, sus ojos enormes de ámbar-misterio, su mirada curiosa, su forma de caminar y su manía de inspeccionar cada rincón y cada objeto nuevo que entra en casa… todo en ella grita que es una “científica loca doméstica”.
También es único cuando se tumba boca arriba, ofreciendo su panza a todos los mimitos y caricias que le queramos regalar. Eso nos demuestra que cada vez confía más en nosotros.
Noah parece un perrito. Por eso, nos referimos a ella como “La Perris”.
Cuando sabe que vamos a salir por poco tiempo — al salir a pasear a Nara, por ejemplo— nos espera en la puerta. Y no es casualidad: se sincroniza con el ascensor. Siempre está ahí, como un relojito felino, justo cuando llegamos. Nos mira y nos maúlla, como si estuviera reclamando que tardamos demasiado.
Es una peluda exageradamente vocal. Cada movimiento suyo, su existencia misma en esta vida, va acompañada de algún ruidito: desde suspiros y resoplidos graves y profundos —como si fuera un pequeño ogro el que durmiera en la cápsula de cristal— hasta una algarabía que dedica solo a Dani, mañana y tarde, exigiendo su porción de comida.
Cuando se encarama en un lugar alto — o no tan alto — y se va a bajar; al tirarse al suelo, hace un sonido a voluntad, como si se desinflara, como si se le escapara todo el aire de golpe. Eso es extremadamente adorable.
Pero lo más especial de Nohita es su manera de querer. Está completamente obsesionada con Daniel. Apenas lo siente despertar, corre a vigilarlo de cerca. Y cuando se levanta, lo sigue hasta la cocina en un ritual encantador: una danza zigzagueante entre sus piernas mientras le “canta” de alegría. Es su forma de decirle que lo eligió como su humano. No puedo evitar sonreír cada vez que los veo.

Travesuras y momentos tiernos
Nohelia tiene un lado travieso que es imposible no amar.
Le fascinan los objetos pequeños y cotidianos: pincitas para el pelo, tapitas de productos cosméticos, cualquier cosa que pueda manipular y esconder fácilmente. Su pasatiempo favorito es lanzarlas al suelo y luego arrastrarlas debajo de los muebles o del tapete. Sus juegos suelen ser ruidosos y caóticos. Siempre logra sacarnos sonrisas con sus ocurrencias.
Cuando está dentro del Cocoon, se transforma en una versión juguetona y un poco más salvaje: agarra nuestras manos como si fueran una presa, las muerde y les lanza pataditas con sus patas traseras. Es una de sus formas de liberar toda la energía gatuna acumulada en su pequeño cuerpo tricolor.
No puede ver una caja vacía sin clavarse dentro. Es automático. Instintivo.
Noah es, básicamente, el peluche que siempre soñamos tener. No es que disfrute ser cargada, pero cuando logramos atraparla para una dosis rápida de cariño, se deja querer con una docilidad asombrosa. Adopta la postura perfecta de un peluchón viviente. Es suave, compacta, irresistible. Y su expresión —entre desconcierto y resignación— nos activa ese impulso primitivo de estriparla de amor. Lo que algunos llaman cute aggression, pero que aquí sentimos como un microcolapso emocional de ternura.
Después de esas sobredosis de cariño no solicitado, Noah se escabulle como ardilla indignada. Se sacude el exceso de afecto y se va directa a buscar a Totoro, probablemente en busca de venganza felina.
Es al ver todos estos pequeños gestos y comportamientos cuando entendemos que Noah no solo se adaptó: se quedó, se integró y ahora es parte fundamental de la dinámica diaria de nuestro hogar. Con sus colores, sonidos, rituales y personalidad mágica, ha hecho que esta casa sea más hogar.
La manada completa: Nara, Totoro y Noah
Con el paso de los días, Nara ha aprendido a respetar el espacio de Noah. Los bufidos siguen presentes, sí, pero ya no son tan frecuentes. Ahora, incluso, Noah la incluye en sus zigzagueos matutinos a Daniel. Lo hace parecer accidental, como si fuera producto de la euforia del momento, pero cada vez se las ve más cerca. La gata ya no se muestra tan intimidada.
A veces, Nara todavía intenta cazarla, esperando que en algún momento se le de el milagrito. Lo intenta con entusiasmo, pero siempre falla. Se gana su bufido breve y contundente, que deja claro que no es momento de juegos bruscos. Y con un salto elegante Noah conserva intacta su dignidad.
Ambas son curiosas, pero desde distintas perspectivas: Nara quiere explorar con intensidad; Noah, observarlo todo desde una distancia segura.
Totoro, por su parte, ha cedido casi todos sus espacios favoritos a Noah. Sigue siendo la más esquiva del trío, prioriza su tranquilidad, y para Dani sigue siendo la queen, la preferida.
Después de un año, la llegada de Noah ha desbloqueado un nuevo nivel de ternura en nuestra casa. Su presencia nos ha enseñado a ser pacientes, a respetar los ritmos de adaptación y a valorar cada avance en la convivencia, por pequeño que sea.
Y todavía sentimos que nos queda mucho por vivir con ella.
Me la imagino en los próximos años como parte de todas nuestras historias: saltando, con emoción pura, a nuestra cama destendida, esperándonos en la puerta, cantándonos por comida, y recordándonos —cada día— que el amor también puede venir en forma de bigotes largos, pelaje despeinado y una mirada panóptica que lo chismosea todo, para no perderse ni el más mínimo movimiento en casa.